sábado, enero 10, 2009

Cuando tuve que partir …

Hace bastante tiempo que no escribía y es que estuve herida.

¿Que me hirió?.. Me hirieron la hipocresía dentro de un lugar que llamamos “refugio”, la falta de amor por las almas (ovejas- personas), me hirió la mentira, me hirió la traición, pero sobre todo me hirió el poco cristianismo en la “Casa de Dios” (como si un lugar lo pudiera contener) y de pronto tuve que partir, pero tuve que salir corriendo, herida y sangrando. No hubo oportunidad para las despedidas, no hubo espacio para cumplir con el protocolo y salir por la “puerta” como ellos llaman, protocolos que por lo demás, hace rato también los había dejado de cumplir.


Aquellos que llamaba “hermanos” y de los cuales no he sabido mucho, extrañamente han preguntado por mí, pero desde lejos, desde su lugar inmóviles, mandan “afectuosos saludos”, creo que estaban más interesados en los motivos de mi salida que en mi.


Con todo, las heridas no fueron el motivo de mi partida. Pero aunque lo explique pocos lo entenderían. No me di ni cuenta como ocurrió, todo fue tan rápido. Al salir corriendo, me despoje de mis últimas vestiduras de religión, de reglas humanas, de los restos de su “sana doctrina” que cambie por la biblia hace algunos años. Se me cayeron en el camino los “sueños de cambios” y no me devolví a recogerlos porque ya no los quiero, simplemente porque ellos nunca los quisieron, son felices así.


Al salir corriendo me encontré con mi Padre, Él como siempre se encargo de curar y vendar mis heridas y me puso de pie de nuevo, lista para seguir caminando, me ordenó partir y perdonar (lo que no ha sido fácil) y me llevó a un nuevo tiempo, tiempo que aún no conozco bien, porque no me es familiar, a una tierra que nunca he pisado, pero en la cual ahora debo habitar.


Hoy seis meses después y pese a todo, aún sigo creyendo en la Iglesia de Cristo, casi como una Utopia. Me encuentro con ella cuando navego por Internet y encuentro a los otros miembros que cuentan de sus caminos en sus blogs, en las largas conversaciones con Alexis, en las juntas esporádicas con algunos amigos que también son extraños y apartados, como de otro mundo.


Hoy me acoge un nuevo lugar, una Iglesia sencilla sin nombre o denominación (raro de encontrar) donde no importan las vestimentas y la corbata no tiene un sillón de honor, me siento en un lugar poco visible domingo tras domingo, todavía no me conoce nadie, pero en realidad eso no importa, porque aún así me siento parte, parte del Cuerpo de Cristo.