Cuando era niña, lloraba en las graduaciones del colegio pero cuando fui creciendo me puse más racional y fue dejando la emocionalidad de lado. Con Alexis pensamos que somos jóvenes con cerebro de viejos. El tema es que a veces las cosas llegan cuando no las esperas o cuando no las valoras o no tienen el mismo sentido que antes.
La semana pasada asistí a la graduación del Magister que terminé gracias a Dios. El tema es que recibir diplomas y demases es hoy en día prácticamente un trámite, a tal punto que me paré en medio de la ceremonia y nos fuimos a cenar. Para mi sorpresa un llamado me informó que había obtenido el premio a la mejor alumna y no me había quedado lo suficiente para recibir el regalo correspondiente. El tema es que mi corazón se inquietó.
Reflexionaba lo que los aplausos pueden producir en el corazón del hombre. Nuestro corazón siempre vanidoso espera ser reconocido, alabado.
Mi maestro en cambio optó por no recibir su gloria en esta tierra. Cuando alguien lo llamó bueno en medio de una conversación, él reparo en aquella pequeña palabra y de inmediato dijo : ¿Porque me llamas bueno?, solo Dios es bueno.
No me imagino a Jesús aquí en la tierra recibiendo premios al mejor maestro o al mejor sanador, o al mejor profeta.
Sin embargo, siempre dio toda la gloria a su Padre Dios eterno.
Reflexionaba en que los aplausos y reconocimientos no me han hecho bien, en alguna oportunidad crearon en mí una especie de falso orgullo y mi corazón se entregó y acostumbró fácilmente a recibir este tipo de gloria.
En fin y para decir la completa verdad, en realidad yo no soy buena, ni soy la mejor.
Por tanto los aplausos y mis logros en realidad son tuyos, mi Dios y optaré de aquí en adelante por no quedarme a recibirlos.
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